En 12º y 12º BI como segundo autor de los Novísimos, aunque no estaba en la obra de Castellet, a Antonio Colinas
I
GIACOMO CASANOVA
ACEPTA EL CARGO DE BIBLIOTECARIO QUE LE OFRECE, EN BOHEMIA, EL CONDE DE
WALDSTEIN
Il vostro passo di
velluto
E il vostro sguardo di vergine violata.
Dino Campana
Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes.
Conla Revolución
Francesa van muriendo
mis escasos amigos. Miradme, he recorrido
los países del mundo, las cárceles del mundo,
los lechos, los jardines, los mares, los conventos,
y he visto que no aceptan mi buena voluntad.
Fui abad entre los muros de Roma y era hermoso
ser soldado en las noches ardientes de Corfú.
A veces he sonado un poco el violín
y vos sabéis, Señor, cómo trema Venecia
con la música y arden las islas y las cúpulas.
Escuchadme, Señor, de Madrid a Moscú
he viajado en vano, me persiguen los lobos
del Santo Oficio, llevo un huracán de lenguas
detrás de mi persona, de lenguas venenosas.
Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.
Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca,
traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces,
sueño con los serallos azules de Estambul.
E il vostro sguardo di vergine violata.
Dino Campana
Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes.
Con
mis escasos amigos. Miradme, he recorrido
los países del mundo, las cárceles del mundo,
los lechos, los jardines, los mares, los conventos,
y he visto que no aceptan mi buena voluntad.
Fui abad entre los muros de Roma y era hermoso
ser soldado en las noches ardientes de Corfú.
A veces he sonado un poco el violín
y vos sabéis, Señor, cómo trema Venecia
con la música y arden las islas y las cúpulas.
Escuchadme, Señor, de Madrid a Moscú
he viajado en vano, me persiguen los lobos
del Santo Oficio, llevo un huracán de lenguas
detrás de mi persona, de lenguas venenosas.
Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.
Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca,
traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces,
sueño con los serallos azules de Estambul.
II
Esperar junto a este
mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y
así tenerlas todas).
Ser sólo la brisa en
la copa del pino grande,
el aroma del azahar,
la noche de orquídeas
en las calas
olvidadas.
Sólo permanecer
viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el
cielo amarillo
arda y se limpie de
relámpagos
que llegarán saltando
de una isla a otra isla.
O contemplar la nube
blanca
que, no siendo nada, parece
ser feliz.
Quedar flotando y
transcurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que
pasan,
como un remo perdido.
O seguir, como los
delfines,
la dirección de un
tiempo sentenciado.
Ser como la hora de
las barcas en las noches de enero,
que se adormecen
entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la
luz del conocimiento
(que nació y se alzó
de este mar),
sino simplemente con
la luz de este mar.
O con sus muchas
luces:
las de oro encendido
y las de frío verdor.
o con la luz de todos
los azules.
Pero, sobre todo,
dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa
y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a
las ideas como cuchillos.
Ser como olivo o
estanque.
Que alguien me tenga
en su mano como a un puñado de sal.
O de luz.
Cerrar los ojos en el
silencio del aroma
para que el corazón
—al fin— pueda ver.
Cerrar los ojos para
que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo
el silencio
y la soledad de los
porches,
la hospitalidad de
las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de
los ruiseñores de junio,
que guardan el
temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la
libertad que se pierde
en los labios de una
mujer.
III
LOS ÚLTIMOS VERANOS
Padres: aunque intuyo un vacío
que sólo con dolor podrá el tiempo llenar,
estos últimos años vuestros
son, en verdad, los más bellos años míos;
porque, aunque hay un final que puede
amenazarlos,
los va intensificando el verdadero amor.
Sí, por maduros y temibles son
los instantes más bellos de mi vida,
porque al irse abriendo en mí el vacío
de vuestra ausencia
definitivamente cierro cada duda
del ser y del no ser.
(No hay dudas ya en el tiempo del amor).
¿Y qué daría yo por detener
esta luz de los últimos veranos,
las auroras de oro en nuestras vegas?
Todo es verde y dorado en esa luz.
Así es que esperadme en el fuego o la nieve
de aquellos cielos fríos,
de aquellos cielos puros.
Sabed que ya no quedan
espinos en los nidos de otro días
(son tan sólo las zarzas que rodean
los huertos y los prados de León;
los que tienen un fondo de espadañas,
de cicatrices de piedras ferrosas,
de adobe enfebrecido,
y humedades de tréboles y juncos
flotando en madrugadas de silencio).
Esperad y que sienta
temblar un día más vuestras dos vidas
como temblaban álamos de junio
(jóvenes y con pájaros)
junto a los ríos de mi adolescencia.
No vayáis más allá.
Que perdure este instante
perfumado de muerte y de amor verdadero.
No atraveséis aún la frontera infinita.
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