lunes, 24 de septiembre de 2012

34
Fragmentos del Estudiante de Salamanca de Espronceda:
Era más de media noche,
Antiguas historias cuentan,
Cuando, en sueño y en silencio
Lóbrego envuelta la tierra,
Los vivos muertos parecen,
Los muertos la tumba dejan.
Era la hora en que acaso
Temerosas voces suenan
Informes, en que se escuchan
Tácitas pisadas huecas,
Y pavorosas fantasmas
Entre las densas tinieblas
Vagan, y aúllan los perros
Amedrentados al verlas;
En que tal vez la campana
De alguna arruinada iglesia
Da misteriosos sonidos
De maldición y anatema,
Que los sábados convoca
A las brujas a su fiesta.
El cielo estaba sombrío,
No vislumbraba una estrella,
Silbaba lúgubre el viento,
Y allá en el aire, cual negras
Fantasmas, se dibujaban
Las torres de las iglesias,
Y del gótico castillo
Las altísimas almenas,
Donde canta o reza acaso
Temeroso el centinela
Todo en fin a media noche
Reposaba, y tumba era
De sus dormidos vivientes
La antigua ciudad que riega
El Tormes, fecundo río,
Nombrado de los poetas,
La famosa Salamanca,
Insigne en armas y letras,
Patria de ilustres varones,
Noble archivo de las ciencias.
Súbito rumor de espadas
Cruje, y un «¡ay!» se escuchó;
Un «¡ay!» moribundo, un «¡ay!»
Que penetra el corazón,
Que hasta los tuétanos hiela
Y da al que lo oyó temblor;
Un «¡ay!» de alguno que al mundo
Pronuncia el último adiós.

El ruido
Cesó,
Un hombre
Pasó
Embozado,
Y el sombrero
Recatado
A los ojos
Se caló.
Se desliza
Y atraviesa
Junto al muro
De una iglesia,
Y en la sombra
Se perdió.

Una calle estrecha y alta,
La calle del Ataúd,
Cual si de negro crespón
Lóbrego eterno capuz
La vistiera, siempre oscura
Y de noche sin más luz
Que la lámpara que alumbra
Una imagen de Jesús,
Atraviesa el embozado,
La espada en la mano aún,
Que lanzó vivo reflejo
Al pasar frente a la cruz.

Cual suele la luna tras lóbrega nube
Con franjas de plata bordarla en redor,
Y luego si el viento la agita, la sube
Disuelta a los aires en blanco vapor,

Así vaga sombra de luz y de nieblas,
Mística y aérea dudosa visión,
Ya brilla, o la esconden las densas tinieblas,
Cual dulce esperanza, cual vana ilusión.

La calle sombría, la noche ya entrada,
La lámpara triste ya pronta a espirar,
Que a veces alumbra la imagen sagrada,
Y a veces se esconde la sombra a aumentar,

El vago fantasma que acaso aparece,
Y acaso se acerca con rápido pie,
Y acaso en las sombras tal vez desparece,
Cual ánima en pena del hombre que fué,

Al más temerario corazón de acero
Recelo inspirara, pusiera pavor;
Al más maldiciente feroz bandolero
El rezo a los labios trajera el temor.

Mas no al embozado, que aun sangre su espada
Destila, el fantasma terror infundió,
Y el arma en la mano con fuerza empuñada,
Osado a su encuentro despacio avanzó.

Segundo Don Juan Tenorio,
Alma fiera e insolente,
Irreligioso y valiente,
Altanero y reñidor:
Siempre el insulto en los ojos,
En los labios la ironía,
Nada teme y todo fía
De su espada y su valor.

Corazón gastado, mofa
De la mujer que corteja,
Y hoy, despreciándola, deja
La que ayer se le rindió.
Ni el porvenir temió nunca,
Ni recuerda en lo pasado
La mujer que ha abandonado,
Ni el dinero que perdió.

Ni vió el fantasma entre sueños
Del que mató en desafío,
Ni turbó jamás su brío
Recelosa previsión.
Siempre en lances y en amores,
Siempre en báquicas orgías,
Mezcla en palabras impías
Un chiste a una maldición.

En Salamanca famoso
Por su vida y buen talante,
Al atrevido estudiante
Le señalan entre mil;
Fueros le da su osadía,
Le disculpa su riqueza,
Su generosa nobleza,
Su hermosura varonil.

Que su arrogancia y sus vicios,
Caballeresca apostura,
Agilidad y bravura
Ninguno alcanza a igualar;
Que hasta en sus crímenes mismos,
En su impiedad y altiveza,
Pone un sello de grandeza
Don Félix de Montemar.

Bella y más pura que el azul del cielo,
Con dulces ojos lánguidos y hermosos,
Donde acaso el amor brilló entre el velo
Del pudor que los cubre candorosos;
Tímida estrella que refleja al suelo
Rayos de luz brillantes y dudosos,
Ángel puro de amor que amor inspira,
Fué la inocente y desdichada Elvira.

Elvira, amor del estudiante un día,
Tierna y feliz y de su amante ufana,
Cuando al placer su corazón se abría,
Como al rayo del sol rosa temprana,
Del fingido amador que la mentía
La miel falaz que de sus labios mana
Bebe en su ardiente sed, el pecho ajeno
De que oculto en la miel hierve el veneno.

Que no descansa de su madre en brazos
Más descuidado el candoroso infante
Que ella en los falsos lisonjeros lazos
Que teje astuto el seductor amante:
Dulces caricias, lánguidos abrazos,
Placeres ¡ay! que duran un instante,
Que habrán de ser eternos imagina
La triste Elvira en su ilusión divina.

Que el alma virgen que halagó un encanto
Con nacarado sueño en su pureza
Todo lo juzga verdadero y santo,
Presta a todo virtud, presta belleza.
Del cielo azul al tachonado manto,
Del sol radiante a la inmortal riqueza,
Al aire, al campo, a las fragantes flores,
Ella añade esplendor, vida y colores.

Cifró en Don Félix la infeliz doncella
Toda su dicha, de su amor perdida;
Fueron sus ojos a los ojos de ella
Astros de gloria, manantial de vida.
Cuando sus labios con sus labios sella,
Cuando su voz escucha embebecida,
Embriagada del dios que la enamora,
Dulce le mira, extática le adora...

Don Félix de Montemar no tiene miedo de nada. Elvira aguarda a Félix, inútilmente, porque él ya la ha olvidado, la muchacha muere de amor, después de escribirle una carta de despedida, perdonándolo. Don Diego de Pastrana, hermano de doña Elvira desafía a don Félix para vengarla. Don Félix mata a don Diego y cuando regresa ve a una fantasmal mujer, don Félix la corteja y la sigue, llegan a la ciudad de los muertos, por la que pasa un entierro con  dos cadáveres, en ese ambiente tétrico se produce el encuentro de nuevo con  do Diego que le propone el casamiento con  esa mujer que, en realidad, es el espectro de doña Elvira:


«Por mujer la tomo, porque es cosa cierta,
Y espero no salga fallido mi plan,
Que, en caso tan raro y mi esposa muerta,
Tanto como viva no me cansará.

«Mas antes decidme si Dios o el demonio
Me trajo a este sitio, que quisiera ver
Al uno u al otro, y en mi matrimonio
Tener por padrino siquiera a Luzbel:

«Cualquiera o entrambos con su corte toda,
Estando estos nobles espectros aquí,
No perdiera mucho viniendo a mi boda....
Hermano Don Diego, ¿no pensáis así?»

Tal dijo Don Félix con fruncido ceño,
En torno arrojando con fiero ademán
Miradas audaces de altivo desdeño,
Al Dios por quien jura capaz de arrostrar.

El carïado, lívido esqueleto,
Los fríos, largos y asquerosos brazos,
Le enreda en tanto en apretados lazos,
Y ávido le acaricia en su ansiedad;
Y con su boca cavernosa busca
La boca a Montemar, y a su mejilla
La árida, descarnada y amarilla
Junta y refriega repugnante faz.

Y él, envuelto en sus secas coyunturas,
Aun más sus nudos que se aprietan siente,
Baña un mar de sudor su ardida frente,
Y crece en su impotencia su furor.
Pugna con ansia a desasirse en vano,
Y cuanto más airado forcejea,
Tanto más se le junta y le desea
El rudo espectro que le inspira horror.

Y en furioso, veloz remolino,
Y en aérea fantástica danza,
Que la mente del hombre no alcanza
En su rápido curso a seguir,
Los espectros su ronda empezaron,
Cual en círculos raudos el viento
Remolinos de polvo violento
Y hojas secas agita sin fin.

Y elevando sus áridas manos,
Resonando cual lúgubre eco,
Levantóse en su cóncavo hueco
Semejante a un aullido una voz
Pavorosa, monótona, informe,
Que pronuncia sin lengua su boca,
Cual la voz que del áspera roca
En los senos el viento formó.

«Cantemos, dijeron sus gritos,
La gloria, el amor de la esposa,
Que enlaza en sus brazos dichosa
Por siempre al esposo que amó;
Su boca a su boca se junte,
Y selle su eterna delicia,
Süave, amorosa caricia
Y lánguido beso de amor.

«Y en mútuos abrazos unidos,
Y en blando y eterno reposo,
La esposa enlazada al esposo,
Por siempre descansen en paz;
Y en fúnebre luz ilumine
Sus bodas fatídica tea,
Les brinde deleites, y sea
La tumba su lecho nupcial.»

Mientras, la ronda frenética,
Que en raudo giro se agita,
Más cada vez precipita
Su vértigo sin ceder;
Más cada vez se atropella,
Más cada vez se arrebata,
Y en círculos se desata
Violentos más cada vez;

Y escapa en rueda quimérica;
Y negro punto parece
Que en torno se desvanece
A la fantástica luz,
Y sus lúgubres aullidos
Que pavorosos se extienden
Los aires rápidos hienden
Más prolongados aún.

Y a tan continuo vértigo,
A tan funesto encanto,
A tan horrible canto,
A tan tremenda lid,
Entre los brazos lúbricos
Que aprémianle sujeto
Del hórrido esqueleto,
Entre caricias mil,

Jamás vencido el ánimo,
Su cuerpo ya rendido
Sintió desfallecido
Faltarle Montemar;
Y a par que más su espíritu
Desmiente su miseria,
La flaca, vil materia
Comienza a desmayar.

Y siente un confuso,
Loco devaneo,
Languidez, mareo
Y angustioso afán;
Y sombras y luces,
La estancia que gira,
Y espíritus mira
Que vienen y van.

Y luego a lo lejos,
Flébil en su oído,
Eco dolorido
Lánguido sonó,
Cual la melodía
Que el aura amorosa
Y el agua armoniosa
De noche formó;

Y siente luego
Su pecho ahogado
Y desmayado,
Turbios sus ojos,
Sus graves párpados,
Flojos caer;
La frente inclina
Sobre su pecho,
Y, a su despecho,
Siente sus brazos
Lánguidos, débiles
Desfallecer.

Y vió luego
Una llama
Que se inflama
Y murió;
Y perdido
Oyó el eco
De un gemido
Que espiró.

Tal, dulce
Suspira
La lira
Que hirió
En blando
Concento
Del viento
La voz,

Leve,
Breve
Són.

En tanto en nubes de carmín y grana
Su luz el alba arrebolada envía,
Y alegre regocija y engalana
Las altas torres el naciente día:
Sereno el cielo, calma la mañana,
Blanda la brisa, trasparente y fría,
Vierte a la tierra el sol con su hermosura
Rayos de paz y celestial ventura.

Y huyó la noche y con la noche huían
Sus sombras y quiméricas mujeres,
Y a su silencio y calma sucedían
El bullicio y rumor de los talleres;
Y a su trabajo y a su afán volvían
Los hombres y a sus frívolos placeres,
Algunos hoy volviendo a su faena.
De zozobra y temor el alma llena;

¡Que era pública voz, que llanto arranca
Del pecho pecador y empedernido,
Que en forma de mujer y en una blanca
Túnica misteriosa revestido,
Aquella noche el diablo a Salamanca
Había, en fin, por Montemar venido!...
_Y si, lector, dijerdes ser comento,
Como me lo contaron, te lo cuento.
http://www.los-poetas.com/j/estudiante.htm
  

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