En 10º vamos a comentar los siguientes poemas:
Poemas de Antonio
Machado.
Poema I
Está en la sala
familiar, sombría,
y entre nosotros, el
querido hermano
que en el sueño
infantil de un claro día
vimos partir hacia un
país lejano.
Hoy tiene ya las
sienes plateadas,
un gris mechón sobre
la angosta frente,
y la fría inquietud
de sus miradas
revela un alma casi
toda ausente.
Deshójanse las copas
otoñales
del parque mustio y
viejo.
La tarde, tras los
húmedos cristales,
se pinta, y en el
fondo del espejo.
El rostro del hermano
se ilumina
suavemente. ¿Floridos
desengaños
dorados por la tarde
que declina?
¿Ansias de vida nueva
en nuevos años?
¿Lamentará la
juventud perdida?
Lejos quedó —la pobre
loba— muerta.
¿La blanca juventud
nunca vivida
teme, que ha de
cantar ante su puerta?
¿Sonríe el sol de oro
de la tierra de un
sueño no encontrada;
y ve su nave hender
el mar sonoro,
de viento y luz la
blanca vela hinchada?
Él ha visto las hojas
otoñales,
amarillas, rodar, las
olorosas
ramas del eucalipto,
los rosales
que enseñan otra vez
sus blancas rosas
Y este dolor que
añora o desconfía
el temblor de una
lágrima reprime,
y un resto de viril
hipocresía
en el semblante
pálido se imprime.
Serio retrato en la
pared clarea
todavía. Nosotros
divagamos.
En la tristeza del
hogar golpea
el tictac del reloj.
Todos callamos.
Poema II
Fue una clara tarde,
triste y soñolienta
tarde de verano. La
hiedra asomaba
al muro del parque,
negra y polvorienta...
La fuente sonaba.
Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido
abrióse la puerta
de hierro mohoso y,
al cerrarse, grave
golpeó el silencio de
la tarde muerta.
En el solitario parque, la sonora
copia borbollante del
agua cantora
me guió a la fuente.
La fuente vertía
sobre el blanco
mármol su monotonía.
La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
un sueño lejano mi
canto presente?
Fue una tarde lenta
del lento verano.
Respondí a la fuente:
No recuerdo, hermana,
mas sé que tu copla
presente es lejana.
Fue esta misma tarde: mi cristal vertía
como hoy sobre el
mármol su monotonía.
¿Recuerdas,
hermano?... Los mirtos talares,
que ves, sombreaban
los claros cantares
que escuchas. Del
rubio color de la llama,
el fruto maduro
pendía en la rama,
lo mismo que ahora.
¿Recuerdas, hermano?...
Fue esta misma lenta
tarde de verano.
—No sé qué me dice tu copla riente
de ensueños lejanos,
hermana la fuente.
Yo sé que tu claro cristal de alegría
ya supo del árbol la
fruta bermeja;
yo sé que es lejana
la amargura mía
que sueña en la tarde
de verano vieja.
Yo sé que tus bellos espejos cantores
copiaron antiguos
delirios de amores:
mas cuéntame, fuente
de lengua encantada,
cuéntame mi alegre
leyenda olvidada.
—Yo no sé leyendas de antigua alegría,
sino historias viejas
de melancolía.
Fue una clara tarde del lento verano...
Tú venías solo con tu
pena, hermano;
tus labios besaron mi
linfa serena,
y en la clara tarde
dijeron tu pena.
Dijeron tu pena tus labios que ardían;
la sed que ahora
tienen, entonces tenían.
—Adiós para siempre la fuente sonora,
del parque dormido
eterna cantora.
Adiós para siempre;
tu monotonía,
fuente, es más amarga
que la pena mía.
Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruïdo
abrióse la puerta
de hierro mohoso y,
al cerrarse, grave
sonó en el silencio
de la tarde muerta.
Poema III
El limonero lánguido
suspende
una pálida rama
polvorienta
sobre el encanto de
la fuente limpia,
y allá en el fondo
sueñan
los frutos de oro...
Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de
abril cercano lleva;
y estoy solo, en el
patio silencioso,
buscando una ilusión
cándida y vieja:
alguna sombra sobre
el blanco muro,
algún recuerdo, en el
pretil de piedra
de la fuente dormido,
o, en el aire,
algún vagar de túnica
ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de
ausencia,
que dice al alma
luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias
vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores,
cuando me traías
el buen perfume de la
hierbabuena,
y de la buena
albahaca,
que tenía mi madre en
sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los
frutos encantados
que hoy en el fondo
de la fuente sueñan...
Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.
Poema IV
Daba el reloj las
doce... y eran doce
golpes de azada en
tierra...
... ¡Mi hora! —grité— ... El silencio
me respondió: —No
temas;
tú no verás caer la
última gota
que en la clepsidra
tiembla.
Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja
y encontrarás una
mañana pura
amarrada tu barca a
otra ribera.
Poema V
La primavera besaba
suavemente la
arboleda,
y el verde nuevo
brotaba
como una verde
humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo
juvenil...
Yo vi en las hojas
temblando
las frescas lluvias
de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he
maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a
meditar...
¡Juventud nunca
vivida,
quién te volviera a
soñar!
(Soledades, galerías
y otros poemas)
Poema VI
Mi infancia son
recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro
donde madura el limonero;
mi juventud, veinte
años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos
casos que recordar no quiero.
Ni un seductor
Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe
aliño indumentario—,
más recibí la flecha
que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas
puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas
gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota
de manantial sereno;
y, más que un hombre
al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen
sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y
en la moderna estética
corté las viejas
rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los
afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas
del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas
de los tenores huecos
y el coro de los
grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro
las voces de los ecos,
y escucho solamente,
entre las voces, una.
¿Soy clásico o
romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja
el capitán su espada:
famosa por la mano
viril que la blandiera,
no por el docto
oficio del forjador preciada.
Converso con el
hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo
espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es
plática con ese buen amigo
que me enseñó el
secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os
debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo,
con mi dinero pago
el traje que me cubre
y la mansión que habito,
el pan que me
alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el
día del último vïaje,
y esté al partir la
nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a
bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como
los hijos de la mar.
Poema VII
ORILLAS DEL DUERO
Se ha asomado una cigüeña a lo alto del
campanario.
Girando en torno a la
torre y al caserón solitario,
ya las golondrinas
chillan. Pasaron del blanco invierno,
de nevascas y
ventiscas los crudos soplos de infierno.
Es una tibia mañana.
El sol calienta un
poquito la pobre tierra soriana.
Pasados los verdes pinos,
casi azules,
primavera
se ve brotar en los
finos
chopos de la
carretera
y del río. El Duero
corre, terso y mudo, mansamente.
El campo parece, más
que joven, adolescente.
Entre las hierbas alguna humilde flor ha
nacido,
azul o blanca.
¡Belleza del campo apenas florido,
y mística primavera!
¡Chopos del camino blanco, álamos de la
ribera,
espuma de la montaña
ante la azul lejanía,
sol del día, claro
día!
¡Hermosa tierra de
España!.
Poema VIII
LAS ENCINAS
A los señores de
Masriera,
en recuerdo de una
expedición a El Pardo.
¡Encinares castellanos
en laderas y
altozanos,
serrijones y colinas
llenos de oscura
maleza,
encinas, pardas
encinas;
humildad y fortaleza!
Mientras que llenándoos va
el hacha de
calvijares,
¿nadie cantaros
sabrá,
encinares?
El roble es la guerra, el roble
dice el valor y el
coraje,
rabia inmoble
en su torcido ramaje;
y es más rudo
que la encina, más
nervudo,
más altivo y más
señor.
El alto roble parece
que recalca y
ennudece
su robustez como
atleta
que, erguido, afinca
en el suelo.
El pino es el mar y el cielo
y la montaña: el
planeta.
La palmera es el
desierto,
el sol y la lejanía:
la sed; una fuente
fría
soñada en el campo
yerto.
Las hayas son la leyenda.
Alguien, en las
viejas hayas,
leía una historia horrenda
de crímenes y
batallas.
¿Quién ha visto sin temblar
un hayedo en un
pinar?
Los chopos son la
ribera,
liras de la
primavera,
cerca del agua que
fluye,
pasa y huye,
viva o lenta,
que se emboca
turbulenta
o en remanso se
dilata.
En su eterno
escalofrío
copian del agua del
río
las vivas ondas de
plata.
De los parques las olmedas
son las buenas
arboledas
que nos han visto
jugar,
cuando eran nuestros
cabellos
rubios y, con nieve
en ellos,
nos han de ver
meditar.
Tiene el manzano el olor
de su poma,
el eucalipto el aroma
de sus hojas, de su
flor
el naranjo la
fragancia;
y es del huerto
la elegancia
el ciprés oscuro y
yerto.
¿Qué tienes tú, negra encina
campesina,
con tus ramas sin
color
en el campo sin verdor;
con tu tronco
ceniciento
sin esbeltez ni
altiveza,
con tu vigor sin
tormento,
y tu humildad que es
firmeza?
En tu copa ancha y redonda
nada brilla,
ni tu verdioscura
fronda
ni tu flor
verdiamarilla.
Nada es lindo ni arrogante
en tu porte, ni guerrero,
nada fiero
que aderece su
talante.
Brotas derecha o
torcida
con esa humildad que
cede
sólo a la ley de la
vida,
que es vivir como se
puede.
El campo mismo se hizo
árbol en ti, parda
encina.
Ya bajo el sol que
calcina,
ya contra el hielo
invernizo,
el bochorno y la
borrasca,
el agosto y el enero,
los copos de la
nevasca,
los hilos del
aguacero,
siempre firme,
siempre igual,
impasible, casta y
buena,
¡oh tú, robusta y
serena,
eterna encina rural
de los negros encinares
de la raya aragonesa
y las crestas
militares
de la tierra
pamplonesa;
encinas de
Extremadura,
de Castilla, que hizo
a España,
encinas de la
llanura,
del cerro y de la
montaña;
encinas del alto
llano
que el joven Duero
rodea,
y del Tajo que serpea
por el suelo
toledano;
encinas de junto al
mar
—en Santander—,
encinar
que pones tu nota
arisca,
como un castellano
ceño,
en Córdoba la
morisca,
y tú, encinar
madrileño,
bajo Guadarrama frío,
tan hermoso, tan
sombrío,
con tu adustez castellana
corrigiendo,
la vanidad y el
atuendo
y la hetiquez
cortesana!...
Ya sé, encinas
campesinas,
que os pintaron, con
lebreles
elegantes y corceles,
los más egregios
pinceles,
y os cantaron los
poetas
augustales,
que os asordan
escopetas
de cazadores reales;
mas sois el campo y
el lar
y la sombra tutelar
de los buenos
aldeanos
que visten parda
estameña,
y que cortan vuestra
leña
con sus manos.
Poema IX
He vuelto a ver los
álamos dorados,
álamos del camino en
la ribera
del Duero, entre San
Polo y San Saturio,
tras las murallas
viejas
de Soria —barbacana
hacia Aragón, en
castellana tierra—.
Estos chopos del río,
que acompañan
con el sonido de sus
hojas secas
el son del agua,
cuando el viento sopla,
tienen en sus
cortezas
grabadas iniciales
que son nombres
de enamorados, cifras
que son fechas.
¡Álamos del amor que
ayer tuvisteis
de ruiseñores
vuestras ramas llenas;
álamos que seréis
mañana liras
del viento perfumado
en primavera;
álamos del amor cerca
del agua
que corre y pasa y
sueña,
álamos de las
márgenes del Duero,
conmigo vais, mi
corazón os lleva!
Poema X
Soñé que tú me
llevabas
por una blanca
vereda,
en medio del campo
verde,
hacia el azul de las
sierras,
hacia los montes
azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi
oído
como una campana
nueva,
como una campana
virgen
de un alba de
primavera.
¡Eran tu voz y tu
mano,
en sueños, tan
verdaderas!...
Vive, esperanza,
¡quién sabe
lo que se traga la
tierra!.
Poema XI
A JOSÉ MARÍA PALACIO
Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las
ramas de los chopos
del río y los
caminos? En la estepa
del alto Duero,
Primavera tarda,
¡pero es tan bella y
dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos
olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las acacias
estarán desnudas
y nevados los montes
de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo
blanca y rosa,
allá, en el cielo de
Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas
florecidas
entré las grises
peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido
llegando las cigüeñas.
Habrá trigales
verdes,
y mulas pardas en las
sementeras,
y labriegos que
siembran los tardíos
con las lluvias de
abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y
el romero.
¿Hay ciruelos en
flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores,
los reclamos
de la perdiz bajo las
capas luengas,
no faltarán. Palacio,
buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores
las riberas?
Con los primeros
lirios
y las primeras rosas
de las huertas,
en una tarde azul,
sube al Espino,
al alto Espino donde
está su tierra...
Baeza, 29 de abril de
1913
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